Suave y abruptamente, así siento que llegó tu vida a la mía.
Analogía extraña pero cierta.
Algo en tus ojos, en tu rostro. Lo vi desde el principio, tu mirada me lo dijo y mi corazón en silencio te contestó lo mismo.
Es que el tiempo nos engaña, nos dispara con ruidos y subtítulos que no nos pertenecen. Al menos no a nuestra película.
Si discernimos entre el barullo de relleno y lo que verdaderamente dicen nuestras almas, yo creo que podemos llegar a la cumbre del amor más puro.
Me anima pensar que estas presente y aún sin hablar a veces, yo siento tu amor, como un beso caliente al despertar, luego de una noche de sueños de almíbar.
Si me esfuerzo un poco, todas las percepciones de mis fuerzas sensoriales recrean la alegría que haces sublimar con tu existencia en mis días, en mi camino, en este andar sin apuro, porque te encontré. O me encontraste.
Yo buscaba otra cosa. Perdida en un sinfín de lujurias sin fundamento, desamores y descontentos. De no saber. De no querer saber. Luego de pedir saber. Y en ese hueco, en blanco, tu imagen, vos. Tu rostro.
Sobre todo: tu esplendido ser aniñado y dulce.
Dulce como un durazno recién caído del árbol, como ese chocolate con avellanas y arándanos que me duró cuatro días.
Una dulzura que no empalaga, que puedo probar una y otra vez sin cansarme nunca. Así debe ser querer amar. Y yo quiero amarte.
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