La cama sin hacer, yo escribiendo. Deduzco que no importa la cantidad, sino la calidad. Los barullos de la mente y los ecos de los pensamientos encuentran las migajas del recuerdo y un presente hermoso que se deja contemplar entre sol y primavera radiante.
Cuando más lo necesito, dios está. Ya se abre paso el cantar y una nueva canción, peregrina entre sus pares, se hace notar. Lo demás, agua abajo del puente. Todo aquello, más visiones que no puedo mirar con los ojos, pero si con el corazón. La luz entra, la telaraña resiste y a la vez, cuelga débil, pidiendo ser removida. El espacio detrás quiere ser visto.
Y las personas andan. Van. Vienen. No miran, más estorban con su mirada. Buscan. Más nunca encuentran. Van. Vienen. De repente, luz. Un ser que sabe sonreír. Y todo se vuelve inefablemente leve. Omnímodamente amable. Seres de luz con espada y escudo en mano. Salgan a defender el mundo. Salgan a brindar su mano. Remuevan el polvo del macabro. Macabro. Macabro. No más.
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